ADIOS A LA SENSATEZ EN MEDICINA
La bandera nacional debería estar a media asta en todos los hospitales y ministerios de Salud del país. Hemos perdido al último de los grandes médicos argentinos.
El fallecimiento del doctor Alberto Agrest no mereció espacio en los medios donde aparecieron centenares de entrevistas y notas obscenas sobre los detalles mórbidos de la muerte de una modelo.
El lo hubiera comentado divertido con una frase cortita y agridulce. Decía que había llegado a un escepticismo total sobre la capacidad de los humanos para reconocer y desandar el camino del error. Después de luchar durante toda su vida profesional para enderezar el rumbo de desastre que sigue la medicina desde hace décadas, declaraba que la complejidad del sistema hace muy improbable que un día se lleguen a desmontar los desatinos que tienen maniatados a médicos y pacientes. “La dificultad radica en que al complejo médico-industrial se le hace imprescindible un aumento en el consumo de sus productos, sean o no necesarios, mientras que el consumo innecesario deteriora los recursos de la red de salud y provoca conflictos entre pacientes, médicos y empresarios”, reflexionaba en su último libro, En busca de la sensatez en medicina.
Lo decía y lo escribía con una firmeza que debe haber caído en el mundo de los negocios como una mosca en un vaso de leche.
Su independencia de cualquier interés económico le permitió decir que “prevenir es mejor que curar en la mayoría de las enfermedades infecciosas, pero debe tenerse en cuenta la gravedad de la enfermedad que se pretende prevenir y los riesgos de los recursos preventivos como las vacunas o el uso de profilaxis antibiótica”, frase que a un médico de planta le costaría la reputación en el mejor de los casos y seguramente su empleo en el hospital.
Sobre el abuso de análisis y tratamientos que encarece a la medicina y en consecuencia pone sus recursos al alcance de muy pocos, explicó en un editorial que “se venden mejor beneficios que riesgos, y así estamos vendiendo beneficios con grandes y atractivos caracteres y ocultando riesgos en letra chica que nadie lee. No me parece mal que la medicina se venda, el problema es saber si lo que se vende es legítimo. Legítimo es que el conocimiento en que se basa sea verdadero y útil para quien lo compra. Legítimo es que sea necesario y no superfluo, y si es verdadero, útil y necesario, el principio de equidad exige que esté al alcance de todos”.
El doctor Agrest era doctor en Medicina por la UBA y completó su formación en la Universidad de Michigan, en el Hospital Universitario de Ann Arbor y en el Hospital Claude Bernard de París. En Buenos Aires se desempeñó en el Hospital de Clínicas y en el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson. Fue docente en la UBA y durante veintidós años en el Instituto de Investigaciones Médicas bajo la dirección del doctor Alfredo Lanari. Desde 1995 fue miembro titular de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires. Publicó varios libros con sus reflexiones y propuestas para volver a humanizar la práctica médica y mejorar la salud pública.
A pesar de su inmenso prestigio, no era un especialista. Más que los órganos le interesaban las personas. Afirmaba que en la consulta el paciente cuenta el cuento de su vida, y hay que saber escuchar y entender ese cuento para poder curar.
Cconsuela pensar que esperaba con curiosidad la experiencia de la muerte, o que por lo menos no le tenía ningún temor. Eso se entiende cuando en uno de sus últimas me dijo: “No logro ponerle unidades temporales al futuro; mientras tanto carpe diem”.