FIESTA TRUNCA
El único micro ploteado con los colores de San Lorenzo es el Cuervomóvil, que se cansó de hacer socios en la previa del partido más decisivo del año para Boedo. No hay descapotable ni copa ni festejos. Tampoco escenario, papelitos ni ronda en la mitad de la cancha. La celebración ya se mudó a Liniers, a Lanús, a Rosario. Las remeras del campeón, mandadas a hacer antes del sábado santo, y a escondida de los jugadores, duermen en un bolsón negro dentro de la utilería y los familiares de los jugadores, que fueron especialmente a participar de la fiesta, esperan, en silencio, a un costadito de la nave, el estacionamiento techado donde guardan sus autos los players y los directivos.
El huevo y el corazón del mosaico de la Sur pareció dedicado a los muchachos de Estudiantes, que sí dejaron todo -y un poco más-. Por la boca del túnel todavía se ven las vallas blancas ordenaditas detrás de los carteles de publicidad para contener a los hinchas. Pero el único que entra es un cuervo que salta desde la platea, le pega un abrazo a Gentiletti y frena el match en el único ratito que el Ciclón se avivó de lo que se estaba jugando.
Lo que no se puede contener en la decepción de los hinchas, que ya habían organizado una caravana a San Juan y Boedo y, luego, una procesión hasta Avenida La Plata al 1700, donde hay preparados afiches, pasacalles y banderas que cuelgan de los balcones. Pero hay que guardarlos. Hay que tragarse el grito de campeón. El de gol. El de “la camiseta de Boedo”, que se escucha tenue del otro lado del portón que le abrieron a Ruggeri.
Las puertas del estadio, que iban a permanecer cerradas hasta que terminara Lanús-Boca, ya se abrieron hace rato. La vuelta es a casa y la gente, y el segundo tiempo del partido en la Fortaleza, que iba a seguirse a través de los altoparlantes del Bidegain, ni siquiera se vive por radio.