MARCHA 18F
Un mar de paraguas cubrió este miércoles el trayecto desde el Congreso de la Nación hacia la Plaza de Mayo. En medio de una lluvia constante, aproximadamente 400.000 personas demostraron que no importaba quién los convocó sino por qué decidieron ir. Justicia, verdad y un país mejor fueron los reclamos, nada más y nada menos.
Banderas argentinas. Fueron las únicas que pudieron verse entre la gente más allá de la que llevaron como insignia la ex mujer de Alberto Nisman, su hija mayor, su madre, los fiscales convocantes y el sindicalismo judicial.
Los miles de paraguas complicaban un poco no sólo caminar a paso de hombre y poder cumplir el trayecto entre el Congreso de la Nación y la Plaza de Mayo dispuesto para la marcha sino también mantener el silencio. Los pedidos de disculpas por algún golpe involuntario estaban a la orden del día.
La lluvia no paraba pero más allá del diluvio que se produjo al comienzo, se limitó a acompañar a quienes decidieron, pese a la tormenta, dejar la comodidad de sus hogares y no volver a ellos inmediatamente después del trabajo para pedir dos cosas y sólo dos: justicia y verdad.
Le agregaría también el enorme deseo de un país mejor que podía verse reflejado cuando se entonaba el Himno nacional o se coreaba Argentina. No hubo más reclamos que esos, pero ¿para qué más no?
Impresionaba y emocionaba ver mucha gente grande, incluso abuelos que no podían caminar demasiado. Determinados a llegar a la Plaza de Mayo pese a todo. Algunos pudieron hacerlo, otros tuvieron que resignarse a estar a unos metros porque se hacía imposible avanzar más.
Mezclados entre la movilización también había muchos políticos de la oposición. Algunos reconocidos y otros de segunda o tercera línea. Ninguno tuvo incidentes porque no era por ellos que la gente estaba ahí, ni por los fiscales, y diría que tampoco por la familia del ex fiscal aunque sí había una necesidad de darles fuerza o al menos de verla pasar.
Hay muchos colegas que hablan de un fin de ciclo o de un claro divorcio de una parte de la sociedad con el Gobierno, sin embargo lo que se respiraba este miércoles era una fuerte necesidad de justicia. No sólo para saber qué ocurrió con Nisman y con la denuncia que realizó cuatro días antes de morir, sino también para que de una vez por todas se premie a quien hace bien las cosas y se castigue al que las hace mal.
Sólo una verdadera justicia hará que los buenos ejemplos logren imponerse a los malos y el esfuerzo valga la pena. No fue sólo un reclamo a los que gobiernan o integran el Poder Legislativo y Judicial, sino también a la oposición. Hay que terminar con los discursos edulcorados y también con los de barricada y hay que volver al camino de la educación, de la igualdad de oportunidades y de la ley. Respetarla y hacerla respetar.
La gente que salió a la calle no lo hizo con felicidad. Había una profunda tristeza en aquellos que marchaban. ¿A quién le gusta tener que reclamar algo tan esencial para la vida democrática como la justicia? Sin embargo había orgullo por hacerlo. Por demostrar que no se trata de estar en contra de alguien o de algo sino unidos en pos de un deseo común, de un sueño: ver a nuestro hermoso país en un sendero de armonía, unidad, trabajo y previsibilidad.